En un futuro cercano, los robots están tan integrados en la sociedad, y viven en tal armonía con los seres humanos, que se les ha entregado la defensa y los cuerpos de seguridad del planeta. Todo cambia cuando un ataque nuclear destruye la ciudad de Los Angeles, en lo que parece un ataque robótico.

El director Gareth Edwards y Chris Weitz escriben un guion que mezcla elementos visuales que hemos visto en otras muchas películas, pero nunca juntos, y al verlo parece totalmente lógico pensar que en el futuro, junto a ciudades muy avanzadas seguiría habiendo campesinos y personas que se dedican a criar ganado, viviendo como si lo hicieran en épocas pasadas.

Weitz lleva desde los años noventa escribiendo guiones tan variopintos como Hormigaz, La brújula dorada o Pinocho, mientras que Gareth Edwards ha escrito cuatro pelis y conoció a su coguionista cuando dirigió Rogue One, que Weitz había escrito. A Edwards le va el cine de acción y apocalíptico, mientras que Weitz no está especializado en nada, y de esa mezcla sale una buena película donde hay un giro de guion, que quizás sea esperable, pero que no desmerece a la historia de odio y amor hacia los robots.

Edwards dirige una película visualmente muy potente, con escenas de acción bien filmadas, pero también con otras introspectivas, en las que la empatía humano-robot va desde el amor romántico al amor filial. El amplio abanico de escenarios, desde arrozales hasta ciudades megatecnificadas o templos de adoración robótica hacen que el filme parezca una road movie en busca de un happy end en medio de un mundo imperialista que no se diferencia mucho del que ahora mismo tenemos.

En el filme funciona perfectamente la pareja formada por el adulto John David Washington y la niña Madeleine Yuna Voyles, que interpreta a una robot muy especial que podría destruir el mundo, o salvarlo.